A menudo en turbias noches
salgo de mi casa,
a gozar de mi vieja Trieste,
donde parpadea la luz en las ventanas
y la calle es mas estrecha y populosa.
Entre la gente que va y viene
de la cantina al lupanar o a la casa,
donde mercancias y hombres son desechos
de un gran puerto de mar,
vuelvo a encontrar, pasando, el infinito
de la humildad.
Aquí prostituta y marinero, el viejo que blasfema
y la mujerzuela que disputa,
el guardia sentado en el puesto
de frituras,
la tumultuosa joven enloquecida de amor,
todas son criaturas de la vida y del dolor;
se agita en ellos como en mí, el Señor.
Aquí siento también en rara compañia
mi pensamiento hacerse más puro
donde más sucia es la vida.
(traducción de Alberto Girri y Carlos Viola Soto)
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