domingo, 30 de noviembre de 2008

Ayahuasca (Pop) 3




La tercera vez que tomé ayahuasca lo hice solo, lo cual no es recomendable, siempre se debe hacer con un chamán, pero en fin, lo hice. Yo vivía en Cuzco entonces, no fue hace mucho. Me había conseguido una botella con la preparación de un amigo que la había comprado por curiosidad a un shipibo, me la regaló. Yo vivía en un cuarto mediano, cercano a la universidad. Recuerdo que era un soleado domingo. Al mediodía exactamente me tomé de un trago tres cuartos de taza. Ese sabor amargo característico a madera se impregnó en mi garganta y salí a la calle.
Me fui caminando por la avenida de La Cultura con dirección al centro. El efecto no es inmediato, demora en manifestarse alrededor de media hora. Me entretenía caminando y observando todo. Empecé a sentir cierta “mareación” cuando llegué a la Plaza de Armas, aunque leve. Me dirigí a Sacsayhuamán a ver esas enormes piedras. Mientras subía esas empinadas y pedregosas calles sentí de pronto que la percepción de mis sentidos se acentuaba al máximo, escuchaba conversaciones y murmullos de gente que estaba alejada de mi, los colores los sentía mas vivos, etc.
En ese entonces yo trabajaba en una agencia de turismo y a veces iba los domingos. Telefoneé al otro chico que estaba en la oficina y le dije que iría más tarde. Luego me dirigí a la fortaleza a ver esas enormes piedras, perfectamente encajadas unas con otras. No había mucha gente, solo algunos turistas, me senté un rato y al ver el sol este me sonrió. Ví un chico japonés, de cabellos largos, muy bello, muy andrógino, que tomaba fotos, le sonreí al pasar por su lado y me tomo una. Después me dirigí a donde está el Cristo Blanco con sus brazos abiertos y me senté a sus pies a tomar agua y descansar un rato. De pronto escuchaba con una nitidez total todos los “click” de las camaras fotográficas a mi alrededor, fue una sensación muy curiosa, pero duró poco. Entonces sucedió. No sé si por mi admiración a los rockeros muertos. Pero mientras estaba sentado ví a mi lado derecho, sentados también a Kurt Cobain, Janis Joplin y Jimi Hendrix(ni rastro de Ian Curtis, Sid Vicious o Shanoon Hoon,pero normal). No decían nada y tenían una expresión de tranquilidad mirando el paisaje. A mi lado izquierdo estaba Jim Morrison, vestido de negro, con pantalones de cuero. Recuerdo que pensé si no se le cocinarían los testículos con ese tremendo sol, entonces recordé que estaba muerto y que eso no le afectaría. Ninguno de los cuatro dijo palabra, ni yo pregunté nada, nos quedamos tranquilos mirando el Cuzco abajo y los cerros. Me pareció que Morrison era el más conflictuado y rebelde y por eso le tomé un poquito más de cariño. Chico muy guapo este Jim, recuerdo sus cabellos de color castaño oscuro y su mirada triste. En cuanto a los otros los veía muy relajados, vestían colores claros, jeans y camisetas algo así.. Me quedé mas de media hora sentado con ellos, pero me sentí bien, como si fuéramos amigos de toda la vida, sin mencionar palabra alguna. Morrison me inquietaba, yo quería tomarle la mano , pero no lo hice. Pero me dí cuenta que él se percataba de eso y se acercaba más a mí. Me levanté y ellos también . Me acerqué a una señora que vendía artesanias y le conversé un poco. Era una señora de mediana edad, muy amable y sonriente, aunque no le compré nada. Por un segundo se me ocurrió que ella tenía mas de quinientos años y había sido testigo de muchas cosas. Al despedirme de ella me dí cuenta que no estaban Cobain, Joplin y Hendrix. Les dí mentalmente las gracias por la compañía y les envié un beso a cada uno. Morrison seguía a mi lado, izquierdo, me veía mientras conversaba con la señora, me vió mientras miraba el sol. Le mandé un beso y me fui. Ahí se quedó parado. Pelos castaños oscuros al viento, mirada triste, si por lo menos hubiera cantado “Indian Summer”, pero yo no era Pamela Courson.Ni ca...
Empecé a descender por esas centenarias gradas, cada vez subía mas gente a pasear. Me detuve a un lado del camino mirando unos árboles de eucalipto que se movían al viento, entonaban una suave melodía, imperceptible primero. Me senté sobre mi mochila a escuchar, era una tonada muy suave que me arrullaba, que contaba historias. Cerré los ojos y escuchaba. De pronto me sacude del hombro un señor con sus dos hijos pequeños y me dice: “Hijo, te encuentras bien?”. Era un señor cuzqueño de bondadosa sonrisa, le dije que estaba muy bien, solo descansando, le dí las gracias y siguieron su camino.
Luego entre los árboles y yo se apareció un cubo de color rojo brillante, era como de vidrio, dentro había gente o algo parecido. “Son demonios”, escuché una voz dentro de mí. Ví un hombre con barba y cejas muy negras con una especie de capucha, a su lado habían otros seres, pero no me parecían humanos. Al fondo del barbón, veía como una muchedumbre no sé si bailando o saltando y mas al fondo un fuego de un color naranja brillante, como lava. Ganesha, el dios hindú con cabeza de elefante, hijo de Shiva, a quien le tengo mucho amor por cierto, estaba a mi lado, cuidándome, pero yo sabia que ellos no podían salir del cubo. No recuerdo casi nada de la charla con el barbón , pero disertamos mucho. Yo no estaba de acuerdo son la mayoría de sus puntos de vista,pero lo escuché, aunque ahora no recuerde nada de lo que me dijo. Yo le mencioné La Gran Reconciliación, aquella que tarde o temprano ocurrirá. El fin de la lucha del Bien y el Mal, La Total Unidad. Pero todos ellos me negaban con las manos desesperadamente. Me pareció que tenían miedo de eso. El cubo se cerró y despareció de pronto. Felizmente que el amoroso Ganesha estaba a mi lado y también ángeles. Olía a prefume de flores en ese momento. Me quedé otra vez solo con los árboles y su bella música. La tarde avanzaba y me despedí de ellos. Descendí por el camino. Llegué al tradicional barrio de San Blas con sus calles estrechas y pedregosas. No había mucha gente por esa parte. Por momentos era el único que caminaba. El sol era como una enorme naranja ardiente. Me compré agua en una bodega que bebí de una sentada. El efecto ya me había pasado algo. Llegué a la oficina y tomé un yogurt de vainilla que me pareció como una ambrosía de los dioses, por decir menos. Como no habían novedades me puse a escribir y escuchar música de Cocteau Twins, recuerdo especialmente la canción “Ribbed and veined”. La “mareación” me pasó totalmente alrededor de las siete de la noche.En mi cama dormí como un bebé hasta el día siguiente.

sábado, 29 de noviembre de 2008

El Shapshico


Santiago era peón en un campamento maderero, perdido en el cauce del río Piedras, en la zona de Madre de Dios. Mestizo fuerte de veintidós años , acostumbrado a la dura faena . Piernas como troncos de árbol, brazos fuertes que partían en dos trozos de madera, cabellos largos sujetos por una banda en la frente. Santiago era callado, no hablaba mucho, sólo lo necesario. Tampoco se metía al mosquitero de la cocinera en las noches, como hacía la mayoría, a pesar de las miradas insinuantes de ella. Cuando lo fastidiaban de “chivo” por no tirarsela lo arregló de un par de trompadas con los graciosos. Nadie volvió a molestarlo. Nadie sabía mucho de él, sólo hablaba un poco más con el cusqueño Elías, el serrano como le decían, era su pata.
Una tarde regresaban al campamento luego de “trocear”unos troncos en un paraje un poco alejado. Ya habían avanzado buen trecho, cuando Santiago se dio cuenta que había olvidado su machete, terrible error en la selva. Les dijo a los demás que iba a regresar a buscarlo y que avanzaran. Aún faltaba mucho para que oscureciera, pero tenía hambre y apuró el paso. Al llegar al lugar se sorprendió muchísimo al ver a un niño sentado con la cabeza gacha en un trozo de madera. Santiago tenía sus sospechas de quien podría ser , pero no dijo nada y se acercó a recoger su machete, el niño continuaba en la misma posición. Santiago tomó el camino de regreso y antes de salir del claro volteó y le grito al niño: “Shapshico concha tu madre!, no me dás miedo!, vete a la mierda!” y corrió . Pensó que había corrido menos de un minuto cuando sintió un tremendo puñetazo en la cara que lo tiró al suelo encima de él esta el niño que lo miraba con ojos de fuego y con una fuerza descomunal. Santiago lo empujó y ambos parados se trenzaron en una bronca de titanes: puñetes, patadas, cabezazos, etc. Ninguno de los dos caía. El niño no decía nada, no tenía ninguna expresión en el rostro, solo esos ojos de fuego ardiente mirándolo fijamente. Parecía un niño indio con la fuerza de mil hombres. Santiago era muy fuerte, pero no sabía cuanto más iba a poder soportarlo. De pronto Santiago resbaló y cayó, el niño se puso sobre su pecho con un gran tronco en las manos, listo para dar el golpe final. Santiago no era muy creyente, pero se acordo de Dios. Dios. Dios. El niño despareció como por arte de magia, el pesado tronco cayó a un lado. Santiago sintió que no podía pararse, que se iba.
En el campamento nadie se percató de la ausencia de Santiago hasta que el serrano Elías lo echó en falta. Ya oscurecía. Fueron varios con linternas a buscarlo , lo encontraron tirado, echando una espuma blanca por la boca, con los ojos en blanco. “Shapshico!” era la única palabra que decían. En el campamento la cocinera lo limpió, le rezó y le puso emplastos con hojas de plantas en la cabeza y heridas. Amaneció con ligera mejoría, pero podía hablar y les contó a todos la pelea que tuvo con “el shapshico”. Esa noche soñó con el niño, ahora le sonreía y le dijo que peleaba bien, que a él le gustaba jugar así, probar su fuerza con los hombres. “´tas huevon!, casi me matas!” le contestó Santiago en el sueño. El niño le dijo que le daba mucha cólera que destruyan su casa y que maten tantos árboles, que él sólo defendía su hogar y cantando se fue por el bosque. Eso soñó Santiago. Dos días después Santiago se embarcaba en un bote rumbo al pueblo. Se despidió de todos, con el serrano Elías quedaron en encontrarse en Cuzco. Agradeció a la cocinera sus cuidados, le sonrió por primera vez, pero no se la tiró, como ella hubiera querido. Santiago ya no quería trabajar ahí, no quería matar árboles, algo le enseñó este “shapshico”, algo no muy claro, pero él se encargaría de descubrirlo.

Las hadas harán el resto


Mientras barría la sala de mi casa, a la mañana siguiente de una salvaje juerga, encontré en el piso una mariposa muerta. Estaba en medio de las colillas y las chapas de cerveza. Era una mariposa nocturna común, de color pardo, de esas que se sienten irremediablemente atraídas hacía las fuentes de luz. Era tan sencilla, tan corriente. No multicolor como las diurnas, ni un ápice de majestuosidad que les sobra a las Monarca, por ejemplo. Era una simple mariposa de noche. Tan pequeña, tan muerta, tan sola. No me pareció justo barrerla en medio de los escupitajos de los orcos con los que había estado tomando cerveza. No. Fue mejor ir al jardín, ponerla debajo de una planta con pequeñas flores rojas. Empezaba a llover. La dejé ahí. De pronto, sin saber de donde, una hermosa mariposa blanca volaba bailando con la suave lluvia y luego se fue. “Las hadas harán el resto” fue lo que se me ocurrió al pensar en la mariposita parda. Nunca he visto un hada , quizás mis vibraciones son demasiado densas para alinearme al campo vibracional de estos seres, no sé. No las he visto, pero si las he sentido muchas veces: como suaves y perfumadas brisas, como rayos de sol, como verdor de hojas, etc.
Las hadas harán el resto.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Verde Domingo


La vieja de Freezer nos vió lanzando en la casa abandonada, como ella vive al costado. Osbek, Toto y yo, a los tres juntos. Primero me friquié un poco, luego normal. La tía se acercó mientras yo trataba inútilmente de esconder la grifa, ya era tarde. Empezó a hablarnos tranquilamente, dirigiéndose a Osbek con la mirada, él seguía roleando el bate como si nada, con concha, en una lamina de cebolla porque nadie traía papel de fumar. Yo me quedé pegado al envase que traía la tía que estaba lleno de masa de yuca para hacer masato, empecé a salivar rapidamente. Nos dijo que “colgáramos los guantes”, me vió con pinta de boxeador , bien!. A cada uno un pequeño sermoncito, pero pequeño, no caía antipática. Me dijo que era un joven simpático que algún día tendría una linda familia, pero cuando le dije que quiero tener cinco hijos me contestó que las cosas se hacen con calma. Osbek y Toto fumaban delante de ella como las huevas, yo no me atrevía, no me sentía tan descarado en ese momento. La escuchábamos pero queriendo que se vaya, y nada. Aunque la tía me cae bien y Freezer es mi pata no podía estar todo el rato ahí. Miré a los otros y despidiéndonos amablemente de la tía nos quitamos, Osbek se fue a buscar a su mujer, Toto y yo caminamos un rato, aproveché para meterme unos toques solapa. Domingo, cuatro y media de la tarde, las calles rojas queman, toda la gente tiene la piel de cobre al rojo vivo. El sol sigue fuerte, nos dá latigazos candentes en el cuello y los brazos descubiertos, sin ápice de compasión. En una esquina Toto se despide. Me quedo parado un rato hasta que pasa una suave brisa, me subí en ella y aunque solo me aguanto cuatro minutos me dejó cerca. Llegué a casa y encuentro ríos de cerveza y a todos nadando y yo no llevaba traje de baño. Mi piel empieza a hablar, dice que tiene sed de aire, de éter. Veo el río espumoso y dorado, pero hago caso a mi piel y salgo volando por encima del cerco.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Blue


El niño se encontraba en medio del camino que se perdía de vista mirando hacia el frente. No recordaba cuando había empezado esa larga caminata y tampoco sabía hacía donde iba, pero algo dentro le decía que tenia seguir, aunque ignoraba totalmente la razón de esto.
El camino era ancho,de piedra color azul cielo, pulido, impecable. A los lados se veían prados y mas a lo lejos las sombras de lejanos bosques. Los colores azul y blanco pintaban todo con sus infinitas combinaciones, aunque predominaba el azul. El paso del niño era constante, pero lo suficientemente tranquilo para observar el paisaje. Su mirada se perdía por momentos solamente en el camino, sin mirar a los lados.
Al rato se encontró con muchas flores que estaban a los lados del camino, se acercó y eran muchísimas y movían sus tallos lado a lado mientras hablaban entre ellas, como todas hablaban al mismo tiempo lo único que se escuchaba era un bullicioso murmullo. El niño las saludó muy amablemente y la bulla cesó. Silencio por un instante, luego una suave y perezosa voz le dió los buenos días, era una flor muy grande de color azul con lineas blancas, era como una campanilla gigante, ondeaba sus pétalos mientras hablaba. El niño le preguntó si sabía hacía donde llegaba el camino, la flor se irguió lentamente hasta incorporarse por completo y ser mas alta que él y lo miró con cierta altanería. Le respondió que no sabía el propósito del camino y tampoco le interesaba ya que ella era muy feliz donde estaba y no necesitaba estar caminando por ahí. Era feliz así, le dijo que saberse bella y el halago de los demás era lo mas importante y que no entendía otras razones. Al terminar de hablar la Flor Grande empezó otra vez el murmullo de las demás flores. El niño quiso hablar pero no pudo. Empezó a caminar nuevamente y dirigió una última mirada a las flores, sintió algo triste en su pecho, pero la sensación desaparecía a medida que avanzaba en el camino. Más adelante el paisaje cambió un poco, los prados dieron paso a arbustos parecidos a nubes, esponjosos, de color celeste, de pronto sin saber de donde apareció un perrito blanco saltando y moviendo la cola, jugaron un rato y el perrito le siguió y prosiguieron juntos la marcha. El niño ya no se sentía tan inseguro como al principio, más bien caminaba contento junto a su nuevo amigo con el que jugaba mucho.
El camino siguió igual un buen rato mas, hasta que llegaron donde se dividía en dos. Se quedó mucho rato pensando y no sabía que hacer, cual escoger. Se puso a observar a lo lejos la ruta de ambos caminos, el paisaje era igual, ambos caminos se perdían en idéntico paisaje de arbustos en forma de nubes gordas, como ovejas y al fondo parecía como una luz. No se podía decidir y el perrito seguía ladrando y corriendo de un lado a otro, pero él no pensaba en jugar en ese momento. Siguió pensando un buen rato y cuando miraba ir y venir de un camino a otro al perrito lo entendió todo, cada uno tenia que tomar uno distinto, era lo que el perrito le estaba tratando de decir. Los dos se miraron y corrieron a abrazarse un rato, luego cada quien partió por su lado, pero ambos estaban contentos.
El niño caminaba y variaba el paisaje, ahora los arbustos eran mas altos y se veían algo luminosos. Se sintió muy liviano, casi no sentía su pies tocar el suelo, era un sensación muy agradable como si estuviera flotando, pero avanzaba igual. La luz empezó a crecer de intensidad y los arbustos a desvanecerse suavemente, mientras una suave y tranqulizadora música lo inundaba todo, se podía sentir la tibieza de la música, era maravilloso. El niño vió venir hacía él una luz muy intensa y luego no sintió nada más. Silencio. Olvidó todo: el recuerdo del camino, la flor, el perrito. Lo olvidó todo. Algo le jalaba de la cabeza, pero no sabia que cosa era, era algo tibio. Empezó a gritar y a llorar. Jalaron mas fuerte de y salió a una luz muy intensa, gritó y lloró. Una voz: " Es hombre".Dijo el medico a los padres en la sala de partos.

Sábado