sábado, 29 de noviembre de 2008

El Shapshico


Santiago era peón en un campamento maderero, perdido en el cauce del río Piedras, en la zona de Madre de Dios. Mestizo fuerte de veintidós años , acostumbrado a la dura faena . Piernas como troncos de árbol, brazos fuertes que partían en dos trozos de madera, cabellos largos sujetos por una banda en la frente. Santiago era callado, no hablaba mucho, sólo lo necesario. Tampoco se metía al mosquitero de la cocinera en las noches, como hacía la mayoría, a pesar de las miradas insinuantes de ella. Cuando lo fastidiaban de “chivo” por no tirarsela lo arregló de un par de trompadas con los graciosos. Nadie volvió a molestarlo. Nadie sabía mucho de él, sólo hablaba un poco más con el cusqueño Elías, el serrano como le decían, era su pata.
Una tarde regresaban al campamento luego de “trocear”unos troncos en un paraje un poco alejado. Ya habían avanzado buen trecho, cuando Santiago se dio cuenta que había olvidado su machete, terrible error en la selva. Les dijo a los demás que iba a regresar a buscarlo y que avanzaran. Aún faltaba mucho para que oscureciera, pero tenía hambre y apuró el paso. Al llegar al lugar se sorprendió muchísimo al ver a un niño sentado con la cabeza gacha en un trozo de madera. Santiago tenía sus sospechas de quien podría ser , pero no dijo nada y se acercó a recoger su machete, el niño continuaba en la misma posición. Santiago tomó el camino de regreso y antes de salir del claro volteó y le grito al niño: “Shapshico concha tu madre!, no me dás miedo!, vete a la mierda!” y corrió . Pensó que había corrido menos de un minuto cuando sintió un tremendo puñetazo en la cara que lo tiró al suelo encima de él esta el niño que lo miraba con ojos de fuego y con una fuerza descomunal. Santiago lo empujó y ambos parados se trenzaron en una bronca de titanes: puñetes, patadas, cabezazos, etc. Ninguno de los dos caía. El niño no decía nada, no tenía ninguna expresión en el rostro, solo esos ojos de fuego ardiente mirándolo fijamente. Parecía un niño indio con la fuerza de mil hombres. Santiago era muy fuerte, pero no sabía cuanto más iba a poder soportarlo. De pronto Santiago resbaló y cayó, el niño se puso sobre su pecho con un gran tronco en las manos, listo para dar el golpe final. Santiago no era muy creyente, pero se acordo de Dios. Dios. Dios. El niño despareció como por arte de magia, el pesado tronco cayó a un lado. Santiago sintió que no podía pararse, que se iba.
En el campamento nadie se percató de la ausencia de Santiago hasta que el serrano Elías lo echó en falta. Ya oscurecía. Fueron varios con linternas a buscarlo , lo encontraron tirado, echando una espuma blanca por la boca, con los ojos en blanco. “Shapshico!” era la única palabra que decían. En el campamento la cocinera lo limpió, le rezó y le puso emplastos con hojas de plantas en la cabeza y heridas. Amaneció con ligera mejoría, pero podía hablar y les contó a todos la pelea que tuvo con “el shapshico”. Esa noche soñó con el niño, ahora le sonreía y le dijo que peleaba bien, que a él le gustaba jugar así, probar su fuerza con los hombres. “´tas huevon!, casi me matas!” le contestó Santiago en el sueño. El niño le dijo que le daba mucha cólera que destruyan su casa y que maten tantos árboles, que él sólo defendía su hogar y cantando se fue por el bosque. Eso soñó Santiago. Dos días después Santiago se embarcaba en un bote rumbo al pueblo. Se despidió de todos, con el serrano Elías quedaron en encontrarse en Cuzco. Agradeció a la cocinera sus cuidados, le sonrió por primera vez, pero no se la tiró, como ella hubiera querido. Santiago ya no quería trabajar ahí, no quería matar árboles, algo le enseñó este “shapshico”, algo no muy claro, pero él se encargaría de descubrirlo.

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