jueves, 9 de octubre de 2008
2006
Llevaba un mes, aproximadamente, trabajando en una albergue de turistas en la selva, cercano a la reserva de Manu, próximos al rio. Compartía el trabajo con dos muchachos que conocían muy bien la zona, nos comunicábamos por radio con la oficina principal que estaba en Cusco. Habíamos acabado de despedir a un grupo de noruegos que estuvieron unos días. Al principio me costó un poco acostumbrarme a la “solitaria” selva, que no lo era en lo absoluto, pero creo que más que nada extrañaba los ruidos de la ciudad. El ser humano se acostumbra tan rápido a la contaminación de todo tipo, es triste. Pero luego disfrutaba la inmensa quietud, sobretodo cuando no había turistas. Me dediqué a explorar los alrededores con cuidado. Las noches eran increíblemente bellas con cielo despejado, miles de estrellas, como ojos, mirando y toda la gama de sonidos , algunos hermosos, mágicos, otros terribles y demoniacos como la vez que escuché el llamado al apareamiento de la hembra otorongo.
Una mañana, algo ociosa, nos comunicaron que estaba por llegar al siguiente día un solo turista, un joven y “no tan solvente”, así que había que hacerle un “paquete económico” por tres días. El bote llegó en la tarde siguiente, lo recibímos. El chico era húngaro, muy atractivo, aunque algo serio, al principio. Le indiqué su bungalow y me retiré. En la noche le preparé la cena y empezamos a charlar en inglés. Yo no sabía mucho de Hungría y él tampoco de Perú, nos pusimos al día. Luego de cenar tomamos vino y me invitó marihuana, que me cayó muy bien después de algunos meses de no fumar nada de nada. Nos entretuvimos escuchando los ruidos de la selva y luego nos retiramos a dormir. Al día siguiente nos encaminamos a un albergue vacío como a siete kilómetros selva adentro, que ya conocía. Caminamos el trecho tranquilos, observando los alucinantes árboles ,algunas aves, aunque yo tenía cierto temor que nos coja una manada de huanganas y nos despedace, pero no pasó, felizmente. Llegamos algo cansados y nos bañamos en una quebrada cerca, luego armamos la carpa, porque el bungalow no estaba terminado de construir. Es curioso como en la selva profunda siempre me sentía observado, por miles de ojos que nunca logré ver, el húngaro sintió lo mismo. Al caer la noche encendimos un fuego, comimos algo ligero y tomamos una botella de pisco que yo había llevado, el aportó la hierba y música de Ladytron en su iPod y empezamos a bailar quitándonos toda la ropa. El fuego se alzaba a un gran tamaño y encogía como si también bailara, creí ver salamandras danzando dentro de la hoguera. Bailamos hasta cansarnos y entramos a la carpa y tuvimos sexo sin mucho reparo. El húngaro no era para nada frío y yo menos, su cuerpo delgado y musculado, totalmente lampiño, duras nalgas abiertas al placer, dura verga dispuesta a bañarme con semen. Le ofrecí igualmente con mucho gusto mis nalgas y mi verga. Al amanecer despertamos con un poco de resaca, aunque sonriendo, fuimos a refrescamos en la quebrada. Después de tirar otra vez desayunamos y caminamos un poco por los alrededores logrando ver algunos animales: nutrias de rio, un ronsoco y lindas aves, luego volvímos.
Esa noche en el bungalow del albergue volvímos a tirar, sin vino y sin pisco, pero con hierba y música de Ladytron. Me habló de Budapest y algunas leyendas viejas, le hablé de Lima y algunas leyendas nuevas. A la mañana siguiente se embarcó en el bote, nos despedimos con enormes sonrisas. Me preocupé mucho por fortalecer las relaciones peruano-húngaras a base de placer, ¿qué mejor?.
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