jueves, 26 de agosto de 2010

Sanat Kumara

Hace muchísimo tiempo,
En una estrella distante,
Un gran consejo se reunió
En asamblea solemne.

El asunto pesaba lo suyo
En el pensamiento de la Hermandad—
De la Tierra y su destino,
Qué hacer con la humanidad.

Estaba el planeta cargado
De conflicto y discordia
Los seres humanos habían olvidado
El propósito de la vida.

Caminaban incluso a gatas,
A esto el hombre llegaba.
Y en sus ojos y en sus almas
La gran luz de Dios ya no brillaba.

“La Tierra será disuelta”,
Decretó el consejo cósmico
“Su energía devuelta
Al gran océano originario”.

Yo, Sanat Kumara,
Me levanté de mi asiento
Y quiso Dios que invocara
Oportunidad de aquellos que asistían al evento.

“Démosles una dispensación
Y quizá con el tiempo
Recordarán que en su corazón
Dios puso su aliento

Les mostraré el sendero
A Terra llevaré compasión
Y seré el mensajero
Si ustedes cambiasen de opinión”.

“Hijo mío”, dijo un anciano,
“La Ley tú bien conoces—
A Terra estarás vinculado
Hasta que aumenten sus graduaciones.

Para su gente recuperar
En tu corazón la llama
Tendrá que inspirarles a amar
Y a ser la Estrella de la Libertad.

Nuevos comienzos son estos
Para los niños del hombre
Por tu gracia les concedemos
Un plan divino reciente”.

Con gratitud me arrodillé
Ante el Gran Trono Blanco
Donde me bendijo el Innombrable
Mientras hacia casa emprendía el regreso.

“Hijo mío, te llamarán a ti
El Anciano de Días,
Al Gran Espíritu en ti
Da gloria y alabanzas.

En todo el cosmos te diste a conocer
Por tu eterna juventud.
Que ahora pueda tu Palabra nacer
Como una fuente de verdad.

Te unjo con el espíritu
El YO SOY EL QUE YO SOY
Con el arca de la alianza
Y el Cordero encarnado.”

Sobre mis hombros descendió
Un manto de luz
Poder, gloria y honor
Amor, sabiduría y fuerza.

Al Consejo dirigí mi despedida
Y a mi estrella retornaba
Donde mi Venus hermosa
Con los Santos Kumaras esperaba.

Mensajeros alados habían anunciado
Del consejo cósmico la decisión:
Que a la Tierra se había concedido
Una nueva dispensación.

Ya en el hogar nuestra hija Meta
Con un beso vino a recibirme:
“Padre, agradecidas te damos la bienvenida
Por tu coraje y por tu fe”.

Aunque esa noche nos regocijamos
Con un gran baile de bienvenida
Nuestros corazones estaban abrumados
Por una tristeza de cierta medida.

El dolor de la separación
No podía ser eclipsado
Mientras teníamos en consideración
A los seres queridos que serían añorados.

Muchos eones tendrían cabida
Antes de reunirnos de nuevo,
Nuestra misión cumplida
Nuestra victoria a mano.

Un manto de paz deslizó
Sobre nosotros el crepúsculo,
Nuestra gemela estrella suavemente centelleó
Con un etéreo intervalo.

Hacia las montañas, entonces, miré
Y, para sorpresa mía,
Una espiral en mis ojos capté
De luz rondando allí arriba.

Eran las almas de mis hijos—
A palacio acercándose
Ciento cuarenta y cuatro mil vástagos
Llenos de compasión alegre.

El himno de la hermandad
A través de estos valles, todavía,
Resuena con claridad:
La Oda del solsticio a la Alegría.

Ellos alcanzaron nuestro balcón,
Se detuvieron, levantaron la vista.
Luego, para dirigirse a mí se adelantaron
Bajo los cielos de amatista.

Vi en su líder
A mi hijo amado
Cuyo ánimo constante y fiel
Era por nadie igualado.

Él dijo, “Padre Nuestro querido,
No te fallaremos.
De tu difícil situación hemos sabido,
Lucharemos lo mejor que podamos.

El camino prepararemos
Y a cuidar la llama vamos a ayudar
Luz y amor esparciremos
Porque en tu nombre hemos de hablar.

Estaremos a tu lado
Cuando entres en la batalla;
A la Tierra iremos primero
Para mantener la oscuridad a raya”.

Su amor tan conmovedor
Su servicio tan poco común
Impresionados por su candor
Por su vivificante oración.

Mi dama y yo y estos ciento
cuarenta y cuatro mil
De alegría llorábamos a un tiempo;
Y los ángeles nos brindaban su presencia gentil

A ciento cuarenta y cuatro, entonces,
De entre todos ellos dirigí mi llamada
Para convertirse en nuestros precursores
En esta épica nunca antes contada.

Ahora, el velo se había corrido
El mundo celestial quedaba atrás
En cuerpos de carne vestidos
Eran nacidos de la humanidad.

Ni palacios ni fortalezas
Serían su hogar en la Tierra.
Antes chozas, cuevas y cabañas
Humildes hogares de piedra.

Ellos crecían fuertes y maduraban
En las maneras de sus parientes
Aunque sus almas a menudo se avivaban
Con un impulso de trascender los límites.

Era una memoria interna profunda
Que no podía ser borrada
Una magnífica ciudad
Que ahora podría ser su morada.

Llegó el día en que se decidieron
A zarpar hacia el horizonte azulado,
Amigos y familia atrás dejaron,
Y a buscar también el suelo sagrado.

De pasión los corazones rebosantes,
Noche y día presionando,
Sólo la intuición para guiarles
Al emplazamiento fijado.

De la Tierra desde los cuatro rincones
Llegaron estos grandes peregrinos,
Cruzando cielos, tierras y mares
Estos poderosos del espíritu guerreros.

El Mar de Gobi era el lugar
Que el Destino había asignado
Para que estos hombres pudieran lograr
Un sublime llamado.

Los peregrinos habían alcanzado
Su destino final.
Uno de ellos estaba adelantado
Para de una visión hablar:

“Una ciudad blanca resplandeciente
Es para que nosotros la erijamos,
Que a Venus recuerde
Y a los divinos arquitectos.

En una exuberante isla verde,
Serán nuestra proeza siete templos.
El fuego sagrado concentrándose
En retiros de alabastro.

Un puente hermoso
Nuestra primera tarea será,
Sobre aguas de azul zafiro
Por donde otros puedan pasar.

Diseñados con mármol blanco puro
Con incrustaciones del oro más fino,
Revestido con grabados de dulces querubines
Recuerdos de días antiguos”.

Con el sudor de su frente
La tarea iniciando
Acarrearon rocas, piedras y metal;
Pasaron novecientos años.

Desde las vecinas colinas de abajo
Hordas salvajes atacarían
Para destruir lo que fue construido.
El objetivo cósmico ahora se retrasaría.

Constantes y determinados
Los peregrinos mantuvieron su ritmo
Levantándose de los escombros
Plantando los árboles en su sitio.

En lo alto de la isla
El templo principal fue levantado
Donde los benditos pies de Sanat Kumara
Un día serían posados.

Doce escalones de mármol
Conduciendo al trono
Que estaba enmarcado con perfección
Por una cúpula alta de resplandeciente dorado.

Una puerta maciza de oro
En el sol reluciendo rayos
Como un descomunal espejo
Para dar la bienvenida a todos.

Altos árboles perfilaban el sendero
Que conducía hasta la entrada
Y que fuentes de arco iris y estanques reflejaba,
Parquets florales vibrantes.

Un espacio sagrado se creó
Donde la hermandad brillara
Por los constructores Shambala se llamó
Para que el hogar les recordara.

Las tareas completadas
Los altares engalanados
Con flores delicadas
De los más fragrantes florecimientos.

Sanat Kumara vendría ahora
Porque el tiempo se había agotado.
Para marchar hacia la Tierra
Con su ferviente séquito

De su dama se despidió
En un abrazo conmovedor
Y sobre Hesperus se elevó
Hacia el espacio exterior.

Las almas reunidas
Ofrecieron dulces cánticos de alabanza
Y él los bendijo sinceramente
Con una cariñosa mirada.

Entonces, para sorpresa de ellos
Entre una estela
De luz brillante desapareció
Como la enorme cola de un cometa.

En Shambala los constructores
Aguardaban sin respirar
A que su señor apareciese
Para así a la Tierra un descanso dar.

Los pájaros aminoraron su canto
Los mares suspendieron su cadencia
Y toda la naturaleza enmudeció
En esta histórica secuencia.

Sus pies tocaron la tierra
Lenta y majestuosamente
Entonces, toda la vida sintió su presencia
Aunque no hubo sonido patente.

Paz renovada, esperanza y consuelo.
Se aquietaron las almas preocupadas
Y su Gran Espíritu desplegaba el vuelo
Por bosques, lagos y colinas.

Las flores marchitas inclinadas
Con fuerza nueva sus cabezas levantaban,
Y otra vez fueron escuchadas
Las risas que los niños elevaban.

Ya no estaban agotados
Sino que felices estaban,
En acción de gracias postrados,
Y a su Señor los constructores honraban.

Entonces, sobre el altar
El Anciano de Días
Invocó una deslumbrante llama
Con un poderoso fiat.

Azul, amarillo y rosa
Fuente de poder, sabiduría y amor
Vida renovada preciosa.
Triple e inmortal color.

De cada pluma parpadeante
Brillaban hebras de filigrana
Para conectar el corazón de la gente
En una mística red que se hilvana.

La crisis acabada
El planeta sostenido,
Y la Tierra redimida
Para una nueva edad de oro.

Bien, es para que vosotros lo creéis
El final de esta historia,
Mientras en vuestra alma buscáis
Las claves que contiene para la victoria.

Cerrad vuestros ojos e intentad ver
Vuestra poderosa llama trina
Anclada en lo profundo de vuestro ser.
Es vuestra reivindicación legítima.

Pulsante, resplandeciente
Ayudándoos a encontrar vuestra misión
Gira y crece
Para que también podáis hacer la ascensión.


© Therese Emmanuel Grey
Traducción Juan Lidon Asensio

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