jueves, 13 de mayo de 2010

La Historia de Naylamp


Todo empezó como en un cuento de hadas.



Siguiendo la corriente del Niño, algunas embarcaciones en forma de balsa viajaban hacia el sur. La navegación, iniciada en la costa occidental de México proseguía serena y regular sobre la clara inmensidad del océano Pacífico. Encabezaba el grupo la nave del jefe: un inmenso abanico de plumas multicolores adornaba su proa.



Sobre el puente de mando se erguía un hombre de elevada estatura, aspecto aristocrático y altivo ,tez clara y facciones netamente semitas; envolvía un voluminoso turbante rematado por una diadema de plumas, sujeta a su vez por una magnífica turquesa.

Naymlap - éste era su nombre - el héroe divinizado, guiaba su flota hacia la región que más tarde se llamaría Perú. Tras algunos días de navegación, al avistar una playa que le pareció adecuada para sus proyectos, emitió una orden. Las naves viraron hacia el éste. Poco después, la proa de la nave capitana encallaba dulcemente en la arena.

Un nuevo ciclo histórico estaba a punto de comenzar

Junto a la playa había centenares de embarcaciones quietas, en las que se amontonaban miles de hombres, mujeres y niños; pero nadie se movía.

Poco más tarde, un hombre bajó de la nave capitana: era Pitazofi, encargado de hacer sonar la trompa real, un instrumento construido con un caracol llamado Spondylus. Avanzó algunos pasos y luego, llevándose a los labios el nacarado cuerno , la arrancó un sonido ronco y potente.

Acto seguido el jefe de los portadores de la litera real, Nicacolla, bajó a tierra seguido de sus ayudantes. Ellos también se quedaron inmóviles apenas pisaron la playa, mientras resonaba otro toque de trompeta y descendía de la nave otro viajero, con un pesado cofre a cuestas.

Se trataba de Fongasidas, cuya función consistía en esparcir por el suelo, delante del cortejo real, puñados de piedrecillas rojas a fin de proteger de al augusto ocupante de la litera.

Volvió a escucharse la trompa y, seguido por seis hombres que transportaban enormes cajas, desembarcó LLapchilully, encargado del guardarropas real; luego le tocó el turno a Ochocali,¨cocinero-jefe¨,junto con sus ayudantes.

Por último desembarcó Allopoopo, cuya misión era preparar el baño del rey a cada etapa del viaje.

Todos aguardaban inmóviles.

Y he aquí que, sin que resonara la trompa, cuatro individuos lujosamente ataviados y con sendas coronas de oro sobre las sienes, desembarcaron con paso solemne llevando a hombros una litera sobre cuyos cojines estaba muellemente recostada la princesa Ceterni, esposa del rey.

De pronto, una voz ronca dejó oír una orden y todos los pasajeros de la nave capitana se ordenaron en fila sobre la cubierta: Naylamp avanzó entre ellos, estrechando contra el pecho un gigantesco Spondylus. Apenas hubo desembarcado, se postró ante su dios.

Todos los demás pasajeros a tierra ...

¿Cuál fue la primera orden del rey? Tal como harían más tarde los conquistadores, ordenó que se erigiese, en el lugar exacto del desembarco, una señal tangible de su llegada, un monumento que celebrase, de acuerdo con sus intenciones, la alianza entre el mar y la tierra, es decir, entre sus respectivas divinidades: Chia (la luna) y Ra, el dios solar generador de mieses...

Por último, vale la pena recordar que a orillas del lago del Guatavita se celebraba todos los años una ceremonia religiosa que consistía en arrojar al agua algunos trozos de arcilla verde; dichos trozos habían de transformarse, en el interior del palacio lacustre, en una estatuilla que representaba a una rana, naturalmente de jadeíta.

La ciudad de LLampallec está ya edificada, la religión ha arraigado sólidamente, y la economía de la nueva nación es segura y estable. Entonces, tal como ya lo habían hecho Quetzalcóalt y Viracocha, el primero respecto a mayas y aztecas, y el segundo respecto a los pueblos andinos, Naymlap decide partir y dejar a su gente.

Acercándose a la orilla del mar, despliega las alas y pronto desaparece tras el horizonte.

Quedaba su hijo, Si-Um, quien reinó sobre el país durante muchos largos años. Antes de morir se hizo encerrar en un subterráneo para dejarle a su descendencia, a manera de legado, el mito de la inmortalidad.

Tres de sus hijos crearon pequeños principiados locales. La dinastía propiamente dicha tuvo aún once representes, el último de los cuales, Fempellec, quiso trasladar a otro sitio la estatua de Naymlap, que, por aquel entonces, estaba en el templo de Chia, la Luna.

Sin embargo, por alguna causa desconocida, no pudo llevar a término su proyecto: cuentan que se le apareció un "demonio" bajo el aspecto de una joven que lo sedujo y le convenció que renunciase a su propósito.

Estalló entonces una terrible tempestad que duró treinta días, y, cual auténtico diluvio, arrasa con las cosechas casi por completo.

El pueblo, desorientado y preso de irritación ,se reveló contra el soberano, y, tras sumar a su causa a nobles y sacerdotes, los rebeldes capturaron a Fempellec, lo amarraron fuertemente, arrojándole al mar.

Así, por extraña fatalidad, la mítica dinastía de Naymlap, que había llegado del mar, concluyó también en mar. Nadie volvió a ocupar aquel trono hasta que el Gran Chimú de Chan Chan extendió su dominio sobre casi todas las regiones occidentales de América del Sur.



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